Buenos Aires siempre estuvo cerca
El primer destino —pongámosle— del viaje vendría siendo Buenos Aires. El hecho de tener que hacer algunos trámites nos obliga de alguna manera a pasar unos días en la capital argentina.
¿Qué decir de una ciudad de la que ya se ha dicho tanto? Hay quienes la aman y están aquellos que la odian con ganas. Muchas veces, ambos sentires están atravesados por buenas o malas historias que los protagonistas de esas opiniones vivieron en la City porteña.
Lucas fue sólo dos veces y por poco tiempo, así que conoce poquísimo. Yo fui al menos en cuatro oportunidades, todas breves, no suficientes, aunque una de ellas me alcanzó para recorrer lo imprescindible, lo básico que hay que ver en Buenos Aires ciudad.
Así, aquel paseo me llevó de la manito por Palermo y sus calles, sus árboles, sus negocios, sus espacios gastronómicos —mención honorífica a La Fábrica del Taco en Gorriti 5062—, entre otros lugares. También visité museos, el famoso y esplendoroso Malba en Figueroa Alcorta 3415 o la Fundación PROA en La Boca.
La Boca y su merecido capítulo aparte, porque ahí todo parece haber sido creado para una foto, para llevarse de recuerdo, para que te acompañe de regreso, cuando volvés a casa, en el bondi mirando todo lo que te traes de ahí y cargando todos sus colores a cuestas. Ahhh… La Boca…
La parte más burocrática de la ciudad también la conocí, su movidísimo Microcentro y ese caos tan de día que recién arranca, tan de trámites, tan de gente que va todos los días a trabajar y vos ahí, paradito como en un videoclip de los ’90, en el medio de todo ese caos maravillándote de todo ese mar de gente que va y viene y nunca de los nunca te ve a vos, sos invisible, ahí quietecito como estás. El que se queda quieto, en Microcentro, un día de semana a la mañana gana, porque ve, de todo puede ver.
Avellaneda y las compras y las remeras a mitad de precio y la ropa tan barata, la de los locales, la de la calle, la de las ferias. Avellaneda y esa incipiente necesidad de comprarte lo que no querés, lo que no necesitas. Fui dos veces, las dos compré, más barato, claro que compré y caminé y me choqué gente y gente me chocó a mí también y una vez llevé el carro de mi amiga y otra vez fui con mochila y hacía calor ambas veces y ya no quería caminar y veía ropa y me dolía la panza porque para qué tanta ropa. En fin, Avellaneda siempre está al acecho cuando uno anda por Baires, pero esta vez no me va a tentar. ¡Juira bicho! Once también podría entrar en esta categoría.
La Casa Rosada es realmente rosa, un rosa viejo un tanto raro, como que no se entiende porqué ese color tan rosado con sabor a nada, como jugo de pomelo rosado (¿por qué alguien gustaría de beber ese jugo?), pero ahí está para que los curiosos le saquen fotos. De ese lugar particular de la ciudad en el barrio de Montserrat yo me quedo con la Plaza de Mayo, porque lo importante —creo yo— de la historia, se dio ahí, afuera de la Real Fortaleza, en ese lugar tan emblemático donde se respira un aire enrarecido siempre. No importa el momento en el que vayas —o si— esa plaza tiene algo, será el murmullo de tantas gentes que adornaron sus rincones para pedir, exigir, buscar y luchar por infinidades de motivos. No sé, pero me gustó sentarme en uno de sus bancos y contemplar desde ahí, un día tranquilo, común y corriente de la semana, todo un pasado.
El famoso Barrio Chino, en Belgrano, es otro paseíto que hice una vez, fue breve, debo decir, y ya caía la tarde así es que poco pude apreciar más allá de lo más notorio: es un pequeño reducto de orientalidad en un barrio porteño típico. Vi el arco y me saqué una foto que ahora no recuerdo dónde estará. Quizá repita la visita.
Puerto Madero, Recoleta y el dinero que nunca tendremos; la 9 de julio, Avenida Corrientes, el Obelisco, el corazón de todo lo porteño; la General Paz, la Ricchieri, Ezeiza, la primera despedida que dolió… En fin.
Podría agregar otros espacios, pero el más importante, aquel que me enamoró así como si no existiera un mañana, es el inolvidable barrio de San Telmo. Para mi suerte, caí un domingo con un sol que no entorpecía la tarde o el caminar, ese sol que acompaña la caminata y caminé, las callecitas de ese barrio recorrí y una parte de mí se quedó enamorada para siempre de ese lugar. La Feria de San Telmo me recibió con los brazos abiertos y me dejé abrazar por las antigüedades y peculiaridades del barrio antiguo más joven del mundo. Definitivamente, este es un lugar de visita obligada, siempre.
A grandes rasgos ese fue un paseo, hace algún tiempo, en Buenos Aires. Una escapada de un par de días con amigas. Pero ahora voy con Lucas, que no conoce o conoce menos que yo —porque es que yo vendría siendo la ovejita Dolly en la cuidad— y la idea es descubrir un poco más de este rincón tan enigmático de Argentina a ver si de una buena vez por todas entiendo qué es lo que me pasa a mí con Buenos Aires que desde que la vi por primera vez una parte se me quedó prendida para siempre, agarradita como una garrapata chiquitiiita, así está esa parte mía que no se puede desprender de encima esas ganas de conocerla de Pe a Pa. La quiero mucho y todavía no me lo explico, mientras otros la detestan, como decía antes, yo soy de las que la aman, a costa de todo y de todas las opiniones encontradas.
Además, la cosa es así, Buenos Aires siempre estuvo cerca.
¿Recomendaciones? ¿Sugerencias? ¿Invitaciones varias a dar un paseíto? Todo es bien recibido 🙂
Ahí nos vemos.
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